Toxicidad en pareja y conflicto con la familia política

A veces, el amor no es suficiente. Especialmente cuando uno de los miembros de la pareja arrastra heridas no resueltas con su familia de origen, y el otro, lejos de ser un apoyo sano, se convierte en una fuente constante de conflicto. Esta combinación puede ser tan silenciosa como destructiva, especialmente en el vínculo con la familia política.

Imagina esta escena: Juan es un hombre inmaduro, con dificultad para afrontar las situaciones en el día a día, aparentemente débil cuando toca posicionarse y que no ha logrado “soltar a mamá”. Comienza una relación con Vanesa de carácter controlador, demandante y emocionalmente invasiva. ¿El resultado? Una pareja donde los límites no existen para Juan, y donde el lazo con su madre o con la su familia de origen se convierte en un campo de batalla encubierto que corre el riesgo de estallar en algún momento, sobre todo cuando uno de los miembros decida que ya no se calla lo que piensa. Su pareja, Vanesa, percibe a la familia política como una amenaza. El YO adulto en Juan, queda secuestrado por el YO infantil que prioriza la supervivencia emocional sobre la coherencia interna. El conflicto interno entre el deseo de proteger a su familia de origen y la necesidad de preservar su vínculo de pareja lo desborda. Y entonces, elige lo que menos duele en el corto plazo: ceder, aunque eso lo fracture por dentro. En su necesidad inconsciente de aprobación o miedo al conflicto, se coloca en una posición de omisión o sumisión. De esta forma, el conflicto se alimenta y crece.

En este tipo de dinámicas, la toxicidad no sólo se manifiesta en el malestar dentro de la pareja, sino que se extiende como una onda expansiva hacia el entorno familiar. La familia política puede sentirse rechazada, desplazada o incluso atacada sin saber muy bien por qué. Y es que, muchas veces, el verdadero conflicto no es con la familia, sino con las propias carencias emocionales no atendidas. En este caso ambos tienen un asunto por Re-Sol-Ver. Y en la relación con Juan, Vanesa está significando el punzón que le clava para que él reaccione y resuelva lo que le corresponde, para que la familia política le ponga un alto a Juan y le deje claro que él se tiene que hacer cargo de su vida, de sus cargas y de las decisiones que toma, al tiempo que Vanesa tiene la oportunidad de «mirarse» para hacer eclosionar ese acto heroico desde donde se de cuanta de que ella también necesita Re-Ordenarse.

¿Qué ocurre cuando no hay límites claros? Que la pareja tóxica toma el control. Decide a quién se ve, cuándo y bajo qué condiciones; decide que las situaciones compartidas sean juzgadas desde su punto de vista y un amplio etc. El miedo al mal humor, al chantaje emocional o al enfado de la pareja lleva al otro a ceder, una y otra vez, alejándose sin querer de su propia tribu.

Desde la visión del trabajo Sistémico, lo que se observa es una ruptura del orden. Juan, al no haberse separado simbólicamente de las dinámicas parentales, no ocupa su lugar de hombre adulto frente a su pareja. Permite que Vanesa asuma un rol dominante que no le corresponde, y al no proteger a su familia de ataque injustos, rompe el equilibrio del sistema familiar. Además, puede estar repitiendo una lealtad inconsciente: si hubo mujeres fuertes, controladoras o dolidas en generaciones anteriores (madres, abuelas), es posible que Vanesa represente ese arquetipo, y que Juan, sin saberlo, esté intentando “salvarlas”, sometiéndose a ella como compensación sistémica.

Vanesa, por su parte, desde una lectura profunda, también puede estar arrastrando su propio dolor: un vínculo roto con el padre, una historia de abandono o de sentirse no vista. Controlar a Juan y promoverle el conflicto con su familia puede ser una forma inconsciente de “probar” si alguien se quedará a su lado incondicionalmente, aunque lo destruya. Pero el control y la invasión emocional, en realidad, son máscaras de un miedo más profundo: el miedo a no ser amada.

Este tipo de dinámica solo se transforma cuando ambos miran hacia adentro, toman responsabilidad por sus heridas, y se atreven a romper el patrón y cuando Juan, especialmente, se da permiso para ocupar su lugar de hijo, de hermano y de hombre adulto, con amor, pero también con firmeza.

Este patrón es más común de lo que imaginamos. Y solo se rompe con conciencia, valentía y mucho trabajo interior. Porque el verdadero acto de amor hacia uno mismo y hacia los demás es poner límites claros. Es entender que cortar el cordón umbilical emocional no significa dejar de amar a mamá o a papá, sino comenzar a amar con libertad. Y que permitir que la pareja invada espacios que no le corresponden, es traicionar nuestra esencia.

Sanar este comportamiento es posible, pero requiere de honestidad, de decisiones firmes y a veces, de ayuda profesional.

Únicamente cuando me coloco en mi lugar interno, puedo habitar relaciones verdaderamente sanas.

Krista