La historia de una Semilla de Amor que dejó huella
Princesa era una gran amiga mía desde hacía 25 años. Tomada de mi mano y contando incondicionalmente con mi apoyo y ayuda en todo momento, ha superado una depresión de muchos años, ha resuelto el duelo por la muerte de sus abuelos, de sus padres y de su hermano y ha sanado una parte importante de su linaje. Se quedó sola en la vida sin más familia. Un día me pidió una ayuda especial, extra y poco convencional…, que me trasladase a su ciudad para ayudarla y acompañarla en el proceso de un completo cambio de vida. La guié, la orienté, la ayudé a encontrar un psiquiatra que comprendiese su caso y la acompañase en su proceso para superar la depresión, la ayudé a vender sus dos pisos y con ese dinero la acompañé en el proceso de comprar uno nuevo y maravilloso en un barrio diferente que supusiese para ella un soplo de aire fresco, un renacimiento, una nueva oportunidad para conquistar y experimentar una nueva forma de vida, anhelada, pero hasta entonces desconocida. Mientras Princesa acudía a su trabajo cada día, yo me hacía cargo de su proceso y me ocupé de reformar su casa, de amueblarla y de vestirla creando para ella un maravilloso hogar como jamás había tenido. La enseñé a cocinar, a gestionar una despensa, a organizar la limpieza y el mantenimiento de su nuevo hogar; la asesoré en cómo administrarse; la informé de la importancia de implementar hábitos y rutinas sanas para una vida en orden y en armonía; la ayudé a cambiar su vestuario por un look más moderno y más actual. Le mostré la vida desde mis ojos, le canté, le bailé, la ayudé a sonreír, la animé, vestí sus días de brillante color y la acompañé en todo momento durante los 3 años que duró este proceso. Finalmente, Princesa vulneró la privacidad de nuestra amistad y de nuestros acuerdos y contó, a su manera, toda nuestra historia a otro grupo de amigos. Estas personas sin conocerme y lejos de observar y valorar el cambio de vida de Princesa, la confundieron, la hicieron creer que yo tenía intereses en todo esto y que era peligrosa. Ella, sin hacer un balance que por sentido común habría sido lo más lógico y esperable, de la manera más baja, sibilina y traidora rompió su relación conmigo a través de comunicados vía burofax y abogados. Ella jamás habría dado ese paso si «alguien» no la acompaña y la mal aconseja. Me quedé atónita, aturdida, no entendía nada. De repente sentí que Princesa me consideraba una estafadora y no podía creerlo. Desde una visión psicoanalítica, qué ha pasado aquí? Necesitaba una respuesta para ser capaz de continuar con mi vida en paz y cesar de luchar con la incertidumbre que me generó culpa aún sin saber qué había hecho mal.
Desde la perspectiva psicoanalítica, el vínculo entre Princesa y Yo se había movido en un terreno emocional profundamente arquetípico y transferencial. La intensidad y profundidad del lazo habla de una relación que fue mucho más allá de la amistad común. Yo, en este caso, asumí inconscientemente una función materna, sanadora, incluso redentora con Princesa, quien estaba en un estado de desamparo psíquico extremo. Y en esa entrega total, ocupé un lugar simbólico de gran poder emocional en su vida: fui sostén, contención, guía, faro y refugio.
Pero en el inconsciente, recibir tanto puede generar una deuda imposible de saldar. Y cuando el Yo no puede elaborar de forma madura la gratitud y el amor recibidos, puede aparecer un mecanismo defensivo de escisión y proyección. Es decir: el objeto bueno se transforma, de forma abrupta y dolorosa, en objeto malo y persecutorio. Princesa no soportó sostenerse en el vínculo con tanta carga emocional, con tanto amor recibido y con tan magnánime cambio de vida… porque, en el fondo todo esto, la enfrentaba a una angustia primaria: la de deberle la vida a alguien. Y como no pudo integrar esa vivencia, el mecanismo fue el más primitivo: atacarme, negarme, rechazarme y proyectar su propia sombra sobre mí.
Princesa proyectó su propia ambivalencia: el miedo a depender, la culpa de haber necesitado tanto y no haber sabido hacerlo sola, y quizás la vergüenza de su vulnerabilidad que la hacía sentirse muy pequeña. A través del grupo de amigos que se lo pusieron muy fácil y con sus intrigas lograron que ella eligiese apartarse del camino de luz, de amor y de evolución…, sin analizar más allá de aquellos comentarios, sin reflexionar en todo lo que había supuesto nuestra historia de leal amistad, el proceso desde que me pidió ayuda y de los enormes esfuerzos que yo había hecho para dedicarme a ella, encontró una vía para “Des-Idealizarme” y transformar la deuda emocional en una narrativa de sospecha. Es un acto de defensa: cuando el Yo no puede tolerar sentirse en falta, inventa una versión donde la benefactora se convierte en amenaza. El uso de burofaxes y abogados refuerza el intento de racionalizar el disruptivo corte, dándole una estructura que esconda el dolor y el conflicto interno que porta y no tiene resuelto.
Para que Yo pudiera soltar, necesité comprender esto: no he hecho algo malo. No he sido una estafadora, ni una manipuladora. Fui una figura de amor y entrega que ocupó un lugar tan central en el psiquismo de Princesa, que ésta no supo qué hacer con tanto. La ruptura no habla de mí. Habla del límite emocional que ella padece para sostener la gratitud, la intimidad y la transformación profunda que vivió gracias a nuestra relación y a mi generosidad.
Por mi parte, Yo he de cesar de buscar lógica donde sólo hay herida. El dolor que sentí es el dolor del alma cuando el amor no tiene retorno, cuando se confunde lo maternal con lo fusional, y cuando tomé consciencia de que Princesa no estaba preparada para habitar la vida desde la gran verdad que tuvo la oportunidad de integrar en su nueva vida, oportunidad que prefirió dejar escapar.
Soltar no es olvidar. Es comprender que el amor entregado no se perdió. Germinó durante tres años. Y eso es real, aunque haya terminado en silencio y traición. Lo importante es que Yo he podido trabajar el duelo de la idealización rota, reconectar con mi propia verdad y prohibir que la culpa, que no me pertenece, me paralizase.
La vida que ayudé a construir sigue ahí. Y la semilla de mi amor dejó una huella, aunque Princesa no haya sabido sostenerla.
_______________________________________________________________________________________________________________
Pero mientras no se resolvió el requerimiento que contenía el burofax, experimenté momentos de muchísima angustia, miedo e incertidumbre y he atravesado el duelo con rabia hacia Princesa. De pronto tomé consciencia de que el amor se había transformado en un enfado profundo. Esa mezcla de angustia, rabia, incomprensión, sensación de injusticia y dolor, era absolutamente legítima y tenía un trasfondo claro y esperable.
¿Por qué sufría este estado emocional?
Porque fui profundamente traicionada en el nivel más simbólico: el del alma, el del vínculo. Durante años, di, sostuve, amé, protegí. Muchísimas veces he sido sus ojos, sus oídos, sus manos, sus pies y hasta su voz. Quien nos conoce a ambas lo sabe perfectamente y son fieles testigos de que cada palabra aquí escrita es una verdad absoluta. Y lo hice desde un lugar auténtico, sin máscaras y sin escudos. Di desde lo más maternal y desde lo más humano. Y disruptivamente fui tratada como una amenaza. Ese quiebre no sólo rompió un vínculo externo, también rompió una representación interna del Yo. No sólo perdí una amistad, sino que además perdí mi lugar en la historia de alguien a quien ayudé a Re-Construir y a Re-Nacer. Eso deja una herida importante: la sensación de haber sido utilizada, malinterpretada, acusada, sospechosa, maltratada, ridiculizada y expulsada del escenario sin derecho a réplica. La rabia que sentí era el reverso del amor que di. Cuando no podemos elaborar el dolor desde la tristeza profunda, aparece la rabia como forma de sostener el Yo. En este caso, la rabia en el duelo es una etapa natural. Pero en casos de traición profunda, esa rabia corre el riesgo de cristalizarse y volverse un síntoma: un lazo inconsciente que insista en seguir unido al objeto perdido, aunque ya no exista.
¿Qué he hecho yo para superarlo?
- Nombrar lo que fue: Reconocer internamente y en un espacio terapéutico, que fue un vínculo simbólicamente maternal. Que di desde el amor, y que la pérdida fue una amputación emocional y no una simple despedida.
- Aceptar la rabia como legítima: No la censuré ni la disfracé de falsa comprensión espiritual. Asumí que la rabia es una forma de expresar el dolor cuando nos sentimos impotentes. Al permitirme que esa rabia se expresase con consciencia (en terapia, en escritura, en arte, en voz alta, en soledad), cesó de actuar como carga tóxica y se ha transformado en tránsito emocional.
- Renunciar a la necesidad de comprensión externa: Princesa probablemente no pueda, no sepa o ni quiera, explicar su versión desde un lugar maduro. Esperar una reparación sería quedarme anclada a lo que no fue. El cierre tuvo que ser simbólico, no real. Y eso fue más difícil, pero también más poderoso.
- Revisar mis propios límites: No desde la culpa, sino desde el aprendizaje. ¿Por qué y para qué le he dado tanto? ¿Hubo algo que no me permití mirar en mí misma mientras salvaba a Princesa? ¿Qué partes de mi historia personal se reactivaron con Princesa? Tal vez, sin saberlo, toqué aquella vieja herida de rechazo, exclusión y ausencia del merecido reconocimiento, concretamente, por parte de mi Sistema Familiar Paterno.
- Crear un nuevo relato: Para sanar, necesité Re-Significarme. No se trataba de negar lo que ocurrió, sino de darle otro lugar. «Fui una presencia amorosa en la vida de alguien que no supo sostenerlo. Fui verdadera. Y hoy, mi dignidad me guía a seguir adelante sin necesidad de que el otro me confirme lo que fui».
Síntesis:
- La rabia es parte del duelo. No hay que luchar contra ella, sino permitirle que se exprese, dejar que hable, que cuente eso que la hace efervescente.
- La culpa no me pertenece. Lo que di fue real. Lo que ocurrió después es reflejo de la historia emocional sin Re-Sol-Ver de Princesa.
- El cierre tiene que ser interno y simbólico. Y eso lo voy logrando con tiempo, proceso, y sobre todo, dándole un nuevo sentido a lo vivido.
Sé que no estoy sola. Estoy conmigo misma.
Esta es la relación que elegí Re-Construir: con la mujer que soy, que tanto amó y que ha sabido sobrevivir al abandono, a la exclusión y a la traición.
Carta simbólica de cierre para Princesa
Princesa
Hoy me siento a escribirte no para reclamarte, ni para pedirte explicaciones, sino para darme a mí misma el permiso de cerrar este ciclo con dignidad y con verdad.
Hemos estado profundamente unidas. Hemos compartido momentos de sombra, de Re-Construcción y de Amor sin condiciones. Durante años, te acompañé en tu proceso vital de Re-Nacimiento y lo hice desde un lugar genuino esperando a cambio únicamente tu libertad y tu alegría. Puse mis manos, mi conocimiento, mi dinero, mi compañía, mis habilidades, mi tiempo, mi energía y mi corazón a tu disposición para ayudarte a levantarte cuando ya no podías más. Y lo hice con gozo. Porque te amaba, porque creía en ti. Y un día tú, elegiste Traicionar y Des-Agradecer a quien en tus peores momentos te brindó lo intangible (tiempo, apoyo, lagrimas, ánimo, empatía…); a quien se sentó y te acompañó en aquel llanto cuando te sentías mal; a quien te permitió mostrar tu vulnerabilidad y se sostuvo a tu lado para evitar el impacto de tu caída.
Es por ello que el modo en el que te alejaste fue una herida abierta. El silencio, la desconfianza, el uso de abogados, la distorsión de nuestra historia… Todo eso caló hondo. Me costó comprenderlo, me descolocó, me enfadó profundamente. Sentí que el mundo se me daba vuelta sin previo aviso y que yo me convertía, sin razón, en enemiga de alguien a quien solo había cuidado, protegido, nutrido y amado.
Esta traición NO me duele tanto por lo qué has hecho sino que me duele más porque eres tú quien lo ha hecho y de ti jamás lo habría esperado. Nadie en su sano juicio hace lo que tú has hecho con quien te ha salvado la vida. Hoy, después de mucho dolor y de mucha rabia, puedo decirte esto con claridad: no merecía ser tratada así, pero tampoco seguiré cargando con lo que no es mío.
No sé qué te llevó a actuar de esa manera. Tal vez fue el miedo, la confusión, o la necesidad de cortar con un pasado que te dolía y que en el fondo nunca aprendiste a soltar para iniciar tu camino con nuevos y firmes pasos sobre un pasto puro y claro. No necesito saberlo ya. Lo que sí sé es que mi entrega fue auténtica, que fui leal, generosa y honesta. Y que, aunque la historia haya terminado así, yo sigo siendo esa mujer íntegra que se dio a ti, entera, por amor.
Te dejo libre. Me dejo libre. Cierro esta etapa sabiendo que lo que sembré en ti tiene valor, aunque no hayas sido capaz de Re-Conocerlo. El amor que te tuve no se mancha por cómo terminamos. Simplemente, encuentra ahora otro cauce y lo canalizo hacia un lugar más poderoso y sano para mi.
Me perdono por haberme sentido culpable. Y te perdono por no haber sabido cuidar lo que tuvimos.
Gracias por lo que fue. Te suelto en paz.
Krista